lunes, 6 de diciembre de 2010

"¿Cómo puede a alguien gustarle Inglaterra? Hace frío, y casi siempre está lloviendo, ¿qué tiene de especial? ¿Qué puede llamarte la atención de allí? ¿El Big Ben? Tan solo es un reloj más, como el de cualquier ayuntamiento, como el de la plaza del Sol en Madrid. ¿El London Eye? ¡Menuda tontería! Una noria lenta con más de tres horas de cola, prefiero ir a cualquier parque de atracciones. ¿El London Bridge? Los ingleses tienen nada a lo que darle importancia y por eso se lo tienen que dar a un puente. ¿Qué tiene Inglaterra para gustarte?
>> Es más caro que esto, y la comida es mucho peor. Se empeñan en llevarle la contraria a todos los demás, alegando en su defensa que ellos son mejores, ¡panda de elitistas sin razón!"


¿Saben cuántas veces he podido escuchar este tipo de cosas? Miles. Millones. Y la mayoría son ciertas.
>> ¿Inglaterra? Mi país favorito.
>> Lejos de los monumentos significativos y de cualquier cliché, se halla una nación de la que cualquier persona se sentiría orgulloso. Yo me siento orgullosa. Lo siento mi país. Y ni si quiera he llegado a vivir un año allí.
>> En Inglaterra he conocido el miedo. La desesperación. El engaño. He conocido la noche y el día. Ambas caras. Y precisamente por eso, puedo nombrar a este país como un auténtico hogar.
>> De no haber conocido todas esas cosas, de haber llegado a hacer caso a aquellos que me dijeron que no merecía la pena, nunca podría haber conocido el verdadero significado de amistad. El poder reír desde adentro y con el corazón. Poder mirar al cielo y decir: "eh, ahora vivimos los mismos momentos, sin ningún tipo de diferencia horaria". Supongo que para quien vaya dirigido esto lo entenderá.
>> La gente. La amabilidad, su hospitalidad. El cariño que te ofrecen nada más tratándoles con respeto y con una sonrisa en la boca.
>> Y la forma tan mágica en la que el año nuevo comienza. En la calle, gente de todos los países, de todas las etnias. Cada persona con su forma de pensar, de ser y de vestir. Reunidos todos en una misma calle. Los americanos y los ingleses dejando de lado sus rivalidades. Los punks y los pijos compartiendo el alcohol. Borrachos y no borrachos compartiendo las calles de una misma región, de una misma ciudad. Ningún tipo de queja.
>> Y cuando el reloj marcó las doce, los copos de nieve empezaron a bañarlos a todos por igual.

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